Como tantas tradiciones de México, la historia de las posadas navideñas tiene su origen en el proceso de evangelización de los pueblos prehispánicos. Se dice que los aztecas celebraban el Panquetzaliztli, llegada de su principal deidad Huitzilopochtli (dios de la guerra).
Las fiestas de recibimiento duraban 20 días, del 6 al 26 de diciembre. De acuerdo con información de la Dirección General de Culturas Populares (DGCP), cuatro días de ayuno precedían el festejo y durante este tiempo honraban a su divinidad poniendo banderas en los árboles frutales. Los patios del santuario eran el punto de reunión para los habitantes, e iluminaban con fogatas la espera de la llegada del solsticio de invierno.
Sin embargo, con la llegada de los españoles este festejo fue modificado y los misioneros que arribaron a México a finales del siglo XVI lo retomaron para inculcar el espíritu evangélico dándole un sentido cristiano a la festividad, de manera que esos días se convirtieron en la preparación para recibir a Jesús el día de Navidad.
El origen de las posadas católicas se realizaba durante nueve días, simbolizando los meses de espera de María para tener a su hijo, y al finalizar cada festejo los monjes otorgaban fruta y dulces a los asistentes, como muestra de gratitud al aceptar la doctrina religiosa.
Con el paso del tiempo, las reuniones se trasladaron a los barrios y hogares de las familias, cambio que fue permitido por la iglesia con el fin de que las festividades tuvieran una mayor difusión entre los habitantes. De acuerdo con las costumbres populares-religiosas, cada elemento que integra una posada tiene un significado especial, ejemplo de esto es la piñata, la cual representa el triunfo de la fe sobre el pecado, y los siete picos que tradicionalmente las componen aluden a los pecados capitales.





